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miércoles, 24 de febrero de 2010

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Febrero 23, 2010
Publicado por Citizen News Agency

OPINIÓN
Antonio J. Monagas, UCAB
Feb/23/2010 – Venezuela

El presidente venezolano fue al estado Mérida pero no se atrevió a ir a la capital. El autor cree adivinar lo que pasó por su cabeza al no poner pié por esos lares.

La visita del presidente Hugo Chávez a Mérida, tiene una lectura política que resulta deprimente en virtud de la crisis que su gobierno ha incitado. Este domingo 21 de febrero, con motivo de la inauguración y puesta en marcha de un conjunto de pequeñas unidades de generación termoeléctrica (11 MW) situada en la avenida Centenario de la población de Ejido, a 15 km de la ciudad de Mérida, el presidente Chávez hizo acto de presencia.

Al mismo tiempo aprovechó para hacer su programa de televisión, “Aló Presidente”, el cual, para colmo de males, fue transmitido en cadena nacional para así asomar al país de sus pretensiones de gobernar.

Las escasas cinco horas que estuvo en Ejido, resguardado por un exagerado operativo de seguridad personal, no fueron escenario para que sus palabras intentaran ordenar el despelote en que ha convertido a Venezuela por causa del odio y del resentimiento que sus mismas palabras motivan.

A Mérida ¡ni de broma!

No dijo algo que dejara verlo ante el país como un meritorio Jefe de Estado. Por el contrario, como siempre, su verborrea fue para fustigar a quienes se atreven a exaltar la democracia como forma de gobierno serio.

Pero lo más insólito de todo fue que Chávez no se atrevió a pisar suelo de la Ciudad de Mérida. ¡Ni de broma! Bien sabe él que la ciudad es asiento de una cultura democrática estimulada por la presencia bicentenaria de la Universidad de Los Andes. Que además, el gobierno que encarna está endeudado física y moral con la ciudad, toda vez que sacó de servicio el Teleférico más largo y alto del mundo.

Aparte de rezagar el funcionamiento del Aeropuerto Alberto Carnevalli viéndose las operaciones aéreas desplazadas a la ciudad de El Vigía, con el agravante de haberse reducido bárbaramente la movilidad turística en la ciudad por ambas y graves causas de las cuales, tampoco, no habló nada que despertara alguna esperanza.

Por eso pensaría el presidente: “A Mérida no voy ¡ni de broma!”

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